jueves, 12 de marzo de 2009

El Chupacabras, parte 2

A petición del público, aquí les dejo un final para "El Chupacabras", la historia que subí la semana pasada. Es un final que, en lo personal, me gustó. No sé qué tan aceptado sea por el público, así que critíquenlo hasta que ya no quede nada de él. Entonces, aquí les dejo el final:

El chupacabras, parte 2

El día de Jacobo era de lo menos normal posible. Se había encontrado con un chupacabras en la sala de su casa. Acababa de regresar de pasear a Pino, su fiel perro golden retriver, cuando se encontraron con la criatura, la cual los atacó. Pino defendió a su amo, quedando con una herida en la pata. Lo llevó al curandero que vivía cerca, aconsejado por el molesto vecino de Jacobo, Don Rodrigo. Antes de acostarse, Jacobo meditaba junto a la ventana, cuando vio a Don Rodrigo sacar varias jaulas con animales moviéndose salvajemente en ellas. Eso no fue lo que lo sorprendió, sino el hecho de que los animales eran en realidad criaturas mágicas: hadas, chupacabras, e incluso algo que parecía un duende…

Jacobo se puso de pie, sorprendido de que estaba viendo las criaturas que acudían a él cuando era niño, y que persistían aún cuando era adolescente. Jacobo nunca entendió el porqué, pero esas criaturas lo buscaban. Había aprendido a no tenerles miedo, pues las veía todo el tiempo. Pero luego de las sesiones de terapia psicológica, se había olvidado de todas aquellas criaturas. Hasta esa tarde, cuando se encontró con el chupacabras.

Jacobo salió de la casa, procurando que Don Rodrigo no lo viera salir. Se acercó más a la casa de su vecino, donde pudo observar mejor a las criaturas encerradas en las jaulas. Estaban lastimadas, sucias, flacas y nerviosas. Todos hacían el mayor esfuerzo por salir de las jaulas, pues no habían visto el cielo desde hacía meses o años. Habían estado viviendo por meses en el sótano de Don Rodrigo, pues desde hacía meses que los ruidos provenientes de esa casa no dejaban dormir a Jacobo.

Jacobo esperó a que Don Rodrigo no lo viera, para acercarse más aún a las jaulas. Y el momento fue cuando Don Rodrigo regresó a la casa por algo olvidado. Pero, cuando Jacobo intentó abrir las jaulas, le fue imposible hacerlo. Las jaulas, como era de imaginar, tenían candados. En realidad, un solo candado, para cada una de las numerosas puertas de distinto tamaño. Además, las criaturas, nerviosas, golpeaban y mordían los dedos y manos de Jacobo. Aún así, él no tenía intención de dejarlos ahí abandonados.

“¡¿Jacobo?!”, escuchó de pronto a su vecino, asombrado. En su afán por liberar a las criaturas, olvidó que Don Rodrigo volvería pronto. Pero se sorprendió aún más cuando vio que había regresado con una jaula aún mayor, la cual contenía un animal mucho más grande que los otros. A pesar de la débil luz que la luna proyectaba esa noche, Jacobo pudo distinguir a un animal cuadrúpedo, con cuello largo y un cuerno en la cabeza: un unicornio.

“¿Qué está haciendo?”, preguntó Jacobo. “¿Qué hace con todas estas criaturas?”.

“Eso no te importa”, respondió Don Rodrigo, fríamente. “Regresa a tu casa antes de que los vecinos se pregunten porqué desapareciste misteriosamente… Los chupacabras no comen desde hace tres días”.

“¿De verdad piensa que le tengo miedo?”, dijo Jacobo, a pesar de luchaba por mantenerse en pie. “No crea que voy a dejar que se lleve a todos estas criaturas”.

“Estas criaturas son peligrosas”, le dijo Don Rodrigo, tratando de ser paciente, poniendo la mano en su pistola. “Mi familia los ha perseguido por generaciones, evitando que se vuelvan una peste para las ciudades modernas”.

“Algunos de estos son inofensivos”, reclamó Jacobo.

“Lo más inofensivo que hay en esas jaulas son las serpientes. Incluso las hadas son carnívoras”.

“Las hadas sólo comen carne de peces”.

“¿Cómo sabes eso?”, preguntó Don Rodrigo.

“¿Recuerda las numerosas veces que me llamaron loco? No estaba loco. Yo sí podía ver a estas criaturas mágicas. Y usted lo sabía, ¿no? Además, usted fue uno de los que ayudó a mi madre a pagar las sesiones”.

“Pero creí que nunca habías tenido contacto con ellos, como para saber que las hadas comen sólo peces”, dijo Don Rodrigo.

“Tiene razón, nunca tuve contacto con ellos”, respondió Jacobo. “Eso es algo que sé por instinto. Es como si tuviera algún tipo de poder especial”.

“¡Estás loco! ¡Nadie puede saber eso sin haber tenido contacto con estas criaturas! Tienes que tenerlas encerradas para saber qué es lo que comen…”

“Y usted, ¿por qué las mantenía encerradas en su sótano? ¿Por qué sólo gritaban en la noche y no en la mañana?”

“Eso no lo sé. Al principio las mantuve encerradas porque quise convertirlas en trofeos. Pero luego me di cuenta de ese comportamiento, y las mantuve encerradas para estudiarlas”.

“¿Y encontró, por lo menos, la respuesta?”, preguntó Jacobo, con curiosidad.

“No, nunca. Estas criaturas son muy complejas como para comprenderlas.

Y en ese instante viarias criaturas salieron corriendo de sus jaulas. Jacobo tuvo que lanzarse contra el suelo para evitarlas.

“¡NO!”, gritó Don Rodrigo, mientras sus criaturas escapaban. “¿Cómo?”.

Pero Jacobo no respondió. Mientras hacía que Don Rodrigo respondiera sus preguntas había logrado quitar el único candado que cerraba todas las puertas de las jaulas, logrando que todos salieran. Las hadas volaron hacia el cielo, alejándose velozmente. Los dos chupacabras corrieron hacia el bosque detrás de la casa de Don Rodrigo, con sus pesadas patas haciendo ruido. El gnomo y el duende corrieron con sus cortos pasos a esconderse detrás de un auto. Al resto Jacobo ya no los vio. Ahora estaba concentrado en liberar al unicornio que Don Rodrigo aún mantenía en cautiverio.

Sin embargo, en un segundo, Jacobo escuchó una explosión, y luego un dolor asesino. Un grito suyo partió la noche en dos. Luego, la sangre comenzó a brotar de su brazo como si hubiera querido salir desde hacía mucho. De pronto se hallaba tendido en el suelo, retorciéndose como una lombriz, agarrando su brazo con fuerzo.

“¿Cómo te atreves?”, dijo Don Rodrigo, sabiendo que sólo Jacobo podía haber liberado a las criaturas. “¿Acaso no te das cuenta del riesgo que representan para la sociedad?”

Jacobo apenas podía oírlo. El dolor era tal que, tirado en el suelo, sentía que iba a desmayarse, tratando de no gritar. Y, mientras se retorcía, quedó viendo hacia el cielo, y se quedó así por un momento. En un instante, pudo ver la luna, las estrellas, un par de pequeñas nubes, y a las hadas, que volaban libres al fin, un poco torpemente debido al encierro que habían sufrido. Entonces recordó a Pino, y cómo éste se había sacrificado para salvarle la vida a su dueño. Al igual que el perro, Jacobo era capaz de dar su vida por estas criaturas, pues ya no tenía familia que lo extrañara, y su única familia restante era Pino, quien también iba a morir pronto. Así que iban a verse pronto nuevamente, e iba a ver a su madre, e incluso a su padre y sus hermanos… Iban a estar reunidos nuevamente…

Jacobo se levantó del suelo. Se dirigió tan rápido como pudo hacia Don Rodrigo, que seguía apuntándole con la pistola. Pero eso a Jacobo no le importó. Pronto iba a acabar con lo que Don Rodrigo le hacía a las criaturas. No sabía como, pero iba a hacerlo.

Sintiendo lástima por él, Don Rodrigo le preguntó, “¿Por qué insistes, Jacobo? ¿Qué han hecho ellas por ti?”

“Nada”, dijo él. “Pero eso no significa que yo no pueda hacer nada por ellos”.

Pero, antes de que Jacobo se pudiera mover, sucedió algo imprevisto. Una criatura, mucho más grande que cualquiera que hubiera estado en las jaulas, pasó frente a Jacobo, tomando de un golpe a Don Rodrigo entre sus garras. Jacobo nunca volvió a saber de él.

Como ya no había nada que hacer ahí, salió corriendo hacia la casa del curandero. Golpeó repetidas veces a la puerta. Estaba desesperado. No parecía que dejara de sangrar. Sentía que iba a morir…

“¡Jacobo!”, dijo asustado Gerónimo, el curandero. “¿Qué fue lo que te sucedió?”

Gerónimo hizo a Jacobo entrar a la casa, revisó su herida, le dio un té, y luego le aplicó un ungüento en la herida. Pronto, el dolor dejó de estar presente.

“¿Cómo está Pino?”, preguntó Jacobo, preocupado.

“Va a sobrevivir”, dijo Gerónimo; “tienen suerte de que el veneno no entrara en su torrente sanguíneo. Dime: ¿cómo te sucedió eso?

Jacobo le contó todo lo ocurrido, desde que dejó a Pino y regresó a su casa, hasta que la criatura secuestró a Don Rodrigo.

“Nuevamente, Don Rodrigo causó una tragedia, en la que él fue el único que tuvo un final verdaderamente trágico”, dijo Gerónimo.

“¿O sea que usted ya sabía que Don Rodrigo guardaba esas criaturas en su casa?

“Sí, lo sabía. He sabido de, por lo menos, tres muertes causadas por las criaturas que se escapan de su casa”. Tomó un breve respiro, meditando lo que había sucedido, y luego añadió: “Al menos, ahora Don Rodrigo ya no causará más problemas. Fue secuestrado por las mismas criaturas que él secuestraba”.

Al día siguiente, luego de estar bajo la observación de Gerónimo toda la noche, Jacobo regresó a su casa, con Pino a su lado. Era tranquilizante el hecho de que aún tenía a su único familiar a su lado. Y lo tranquilizaba más saber que ya no estarían encerradas esas criaturas en las jaulas en el sótano de Don Rodrigo.

Mientras se acercaban a su casa, Jacobo vio que la gente se había reunido alrededor de la casa del difunto Don Rodrigo, conmocionados. Incluso había varios reporteros, señalando las jaulas vacías frente a la casa. Pero, más sorprendidos aún, señalando otra jaula, mucho más grande, con un cuadrúpedo de un cuerno dentro de ella. Jacobo había olvidado sacarlo de la jaula la noche anterior. Ahora le había probado al mundo que no estaba loco. Todas esas sesiones de terapia habían sido en vano. Las criaturas mágicas que él veía sí eran reales.


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1 comentario:

David (eL DAD) dijo...

Que genial te quedó vos!!!!
Me gusto mucho el final. Solo q siempre dejas una duda en la historia... que criatura fue la q se llevó al señor este??
Y pz el suspenso quedó buenísimo