lunes, 21 de febrero de 2011

Lluvia en una tarde nublada

Bien, recordé hace poco que tengo un blog. Desde 2009 no posteo nada. Me parece hora de regresar a aquella época donde escribía más... Esto que pongo hoy, lo escribí durante 2010, creo que en junio. Espero lo disfruten :)

Era una tarde nublada. El verano se iba terminando, dando paso al invierno. Era un día tranquilo, pero bastante bueno, porque iba a llover. Él estaba sentado frente a su ventana, observando cómo las nubes cubrían el cielo, oscureciendo la ciudad…

La laptop estaba encendida, la ventana abierta, dejando entrar el viento frío. Una taza de té frío estaba en una esquina de la mesa, y había posibilidad de que cayera…

Había algo que lo inquietaba por dentro, pero no sabía qué era. Ver las nubes oscuras lo tranquilizaba. Le gustaba la lluvia. Estaba pensando en esa persona especial. Eso lo ayudaba a sobrevivir….

Era cierto que tenía problemas, ¿pero quién no los tiene? No. No era eso lo que lo inquietaba. ¿Era acaso que tenía mucho que hacer en tan poco tiempo? No, tampoco eso lo inquietaba. ¿El desorden en su habitación? No, eso siempre había estado allí…

El viento estaba soplando un poco más fuerte. Se escuchaba el ruido de la calle, con tanto auto y tanta gente. En realidad, sólo se escuchaban los autos, las motocicletas, los camiones y buses. No se escuchaba la gente. Toda persona era eclipsada por el ruido…

Un libro de Química estaba abierto sobre su cama, hablando sobre gases ideales. A su lado, un libro de Cálculo, hablando de varias variables. Eso lo hacía feliz a él…

Seguía pensando en esa persona especial, y guardaba su foto en un lugar especial. Era alguien en quien pensaba mucho últimamente, y que lo había hecho muy feliz…

Quería apagar la computadora, cerrar los libros, cerrar la ventana y dejar de pensar. Quería sentarse frente a la computadora, leer los libros, dejar abierta la ventana y seguir pensando…

El viento frío le soplaba en el rostro, despeinándolo sólo un poco. Tenía puesta ropa para verano, pero éste ya se había terminado. Le gustaba sentir el viento frío sobre su piel. Era reconfortante…

Creyó haber visto una gota de agua caer en el vidrio de la ventana. No era una gota de lluvia, sino desechos de algún pájaro que pasó por allí, y se vio obligado a liberar lo malo de manera urgente. Al menos, el pájaro debía sentirse más tranquilo…

Eran las cuatro de la tarde. Parecía que iba a llover. No había nadie más en su casa. Escuchaba maullidos a lo lejos. El viento soplaba. La taza de té seguía sobre la mesa, sin caerse. La laptop seguía encendida, y la batería, disminuyendo su carga lentamente. En el teléfono celular tenía un mensaje nuevo. No lo había leído…

El cielo tronó, haciendo eco por todos lados. El viento frío le soplaba la cara, los brazos, las piernas, y eso lo calmaba. Sentía que podía respirar nuevamente. Y cerró los ojos…

Una gota le cayó en el rostro, al lado de la nariz. Y luego una en la frente. Pronto, varias gotas le cayeron en el brazo, y también cayeron en la ventana, y en el balcón, y la lluvia había comenzado...

Cerró la ventana, y agarró su taza de té. Tomó un trago, y se sentó frente a la computadora. Leyó su mensaje. Era de esa persona especial, deseándole un feliz día. Apagó la laptop, cerró sus libros y se fue a bañar. Era casi como estar bajo la lluvia, pero con menos frío. Cualquier cosa que lo estaba inquietando antes, se había diluido con la ducha. La lluvia se lo había llevado. Era hora de salir con aquella persona especial. Iba a vestirse elegante para ella. De nuevo, era un buen día; un día tranquilo.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Carta uno de Kevin Icán

Esta historia es simplemente como para respaldar una historia más grande que estoy escribiendo... Ojalá les guste.

Carta uno de Kevin Icán

Desde que desperté hace seis meses lo vi a través de la ventana. Un cielo naranja, como si fuera el atardecer. Pero era un atardecer eterno, y sólo desaparecía durante la noche. Pero, luego de tanto tiempo, sólo podemos recordar cómo se veía una mañana soleada. Ahora, las nubes están teñidas de rojo, igual que los rayos de sol.
Al principio, la gente decía que era una maldición por destruir el planeta. También decían que era por un accidente nuclear que había cambiado la composición del aire. Pero, no; el aire era igual. No hubo nunca tal accidente químico.
Fue hasta después que supimos la causa del cielo naranja: la invasión. Nos atacaron millones de monstruos que nosotros antes sólo podíamos imaginar. Ahora, son una realidad. Son como mutantes, y cuando te muerden, te conviertes en uno de ellos. Lo extraño es que su líder es humano. Y de alguna manera obtuvo poderes increíbles que le permiten controlar a esas criaturas mutantes. Y el cielo es naranja debido a eso: a través de la atmósfera controla a los monstruos.
Nosotros no hemos tenido más opción que escondernos. No podemos luchar como quisiéramos, porque no tenemos los recursos. ¿Con qué arma podemos detener bestias con poderes que parecen casi mágicos? Simplemente no podemos. Esta semana perdí a tres amigos, porque fueron convertidos en esas criaturas mientras recolectábamos un poco de comida. Yo tuve suerte de escapar. Sin embargo, ahora me he quedado solo. Ya no tengo familia ni amigos. Estoy rodeado de desconocidos.
Es por esto que escribo esta carta, para que talvez alguien del futuro la lea, y sepa quién fui. Porque soy Kevin Icán. Y quiero que el mundo me recuerde. Porque no sé si lograré llegar vivo hasta esta noche, o si voy a despertar mañana. Porque estoy cansado de vivir aislado.
Simplemente espero que alguien encuentre la solución a este problema. Ojalá alguien pueda detener a ese hombre, y evitar que más personas sigan convirtiéndose en mutantes...
Es el año 2012, y sé que no será el fin del mundo...

sábado, 28 de marzo de 2009

Ocho treinta pe eme, siendo vientiocho de marzo de dos mil nueve

¡Hola, de nuevo! Aquí les traigo una historia que me gustó mucho al escribirla, pues tuve que imaginar cosas que nunca he visto, ya que nunca he volado. Aquí les dejo la historia, para que me cuenten qué piensan de ello:

Ocho treinta pe eme

Era divertido ver cómo las montañas estaban cortados en cuadros casi perfectos. Desde esa altura se veían como retazos de tela unidos para hacer una sábana que cubriera las irregularidades del paisaje. Y era de lo más hermoso que jamás había visto.
Iba volando sobre un bosque, donde el ser humano aún no había construido. Era divertido ver cómo los árboles jugaban con el movimiento del viento, heciendo ver como si las copas de los árboles fueran como almohadas gigantes, verdes y esponjosas almohadas gigantes. Talvez parecían más como brócolis gigantes. Pero eso no importaba, porque era interesante ver cómo el ambiente iba cambiando mientras se deslizaba por los aires, como si estuviera en un sueño...
De pronto el bosque terminó abruptamente. Había llegado a una parte donde se había construido un residencial. Eso acababa con la armonía de antes. Y mientras más se deslizaba, menos se apreciaba el ambiente natural. Calles y avenidas se entrecruzaban para formar un tejido gris entrelazado, dornado con edificios y autos móviles. Incluso había miles de puntitos moviéndose sin rumbo fijo, como si tuvieran mente propia. Eran los habitantes, que caminaban absortos en sus pensamientos, sin fijarse mucho en lo que los rodeaba, tratando de evitar los actos violentos.
Y mientras más avanzaba sobre la ciudad, más era el humo que respiraba, hasta llegar a un punto en el que tosía cada quince minutos. Sin embargo, no era en todas partes de la ciudad donde sucedía eso. Paola estuvo dando vuletas sobre la ciudad toda la tarde, viendo que en algunas partes las personas cuidaban del ambiente, y en otras partes no (sobre todo, las personas que necesitaban contaminar para ganar dinero).
pronto comenzó a anochecer. Mientras estaba sobre la ciudad, Paola se detuvo a flotar sobre el Palacio Nacional, para observar desde lo alto la puesta del Sol, que se ocultaba detrás de las montañas. Se elevó un poco más, para tratar de seguir al Sol en su puesta, pero pronto oscureció.
Las luces de la ciudad iluminaban cada esquina, cada edificio, cada ventana... Las luces móviles de los autos móviles se veían como pequeñas luciérnagas que seguían caminos fijos, desesperadas por llega a algún destino desconocido para Paola. Los centros comerciales y restaurantes demostraban su existencia con grantes carteles luminosos, visibles incluso a la altura a la que se encontraba Paola.
Pronto Paola se cansó de levitar, pues hbía estadod haciéndolo por todo el día. Empezó a recordar su viaje sobre los campos, y cómo éste terminó sobre el Palacio Nacional de Guatemala observando rótulos de restaurantes de comida rápida.
Entonces regresó a su casa, atravesando la ventana de su cuarto. Se vio a ella misma acostada sobre su sillón verde, como si estuviera dormida. Volvió a unirse con su cuerpo y despertó.
Entonces Paola se paró de su sillón y vio el reloj de pared que tenía a su izquierda, a un lado de su cama. Eran las 8:30 pm. Era la hora de apagar las luces...

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viernes, 27 de marzo de 2009

Albina

Marvin y Pedro discuten sobre el trágico final que tuvo Albina, la mejor amiga de la hermana de Marvin... Y al final, Pedro descubre que la verdad ya se sabe...

Albina

"Ésto no ha acabado. Es sólo el principio. Desde el principio supiste que no tenías que dejarte llevar por la tentación..."
"Lo sé, Marvin... Lo sé... Pero Albina me influenció..."
"¡No tienes excusa, Pedro!"
"¡Lo sé, lo sé! ¿Cuántas veces me harás repetirlo? ¡Es suficiente con saber que cometí un error y alguien murió por ello!"
"Albina era la mejor amiga de mi hermana..."
"Y estoy muy conciente de ello. Pero no fue mi culpa: ella fue quien se acercó demasiado a la orilla del techo."
"Y todo por querer robar una banderita tonta."
"No es tonta. Fue donada por un actor famoso en los años cuarenta."
"Sigue siendo una banderita tonta, Pedro. Y ahora lo es más, porque Albina murió por ella."
"Yo le dije que no se acercara tanto..."
Pero tu fuiste quien condujo hasta allá, y fuiste quien robó las llaves al conserje para poder subir hasta arriba, y fuiste quien la dejó caer cuando estaba colgando sólo de una mano, y fuiste quien mintió cuando alguien te acusó de ser el cómplice..."
"¡Basta ya! ¡Sé que no hice las cosas bien!"
"¡Hiciste lo peor que se te pudo haber ocurrido! Ayudaste a que Albina esté ahora encerrada en una caja de madera, inmóvil, para que pase el resto del tiempo bajo tierra, sin poder salir."
"No es Albina la que está ahí; es sólo su cuerpo."
"Con eso no vas a calmar a mi hermana, que está tan inconsolable como mi madre el día que mi padre murió..."
"¿Qué quieres que haga?"
"No lo sé. Obviamente no traerás a Albina de regreso. Pero podrías fácilmente entregarte..."
"¡Nunca! ¡Sería como si me suicidara!"
"Solamente ayudarías a que mi hermana estuviera más tranquila."
"Eso es un poco egoísta, ¿sabes?"
"No lo es. Sólo quiero que mi hermana sea feliz otra vez."
"Pero eso significa que yo iría a la cárcel"
"Lo tienes merecido."
"¿Crees que lo tengo merecido? ...Creí que eras mi mejor amigo, Marvin."
"Mi mejor amigo Pedro nunca hubiera hecho nada parecido..."
"Lo sé... ¿Cuántas veces he dicho esa frase esta noche?... Pero, insisto: fue Albina quien me influenció."
"¿Y le hiciste caso? Si te hubiera dicho que te tiraras de un barranco, ¿lo hubieras hecho?"
"Obviamente no, Marvin".
"obviamente no, Pedro; preferiste empujarla a ella al barranco que caer tú."
"¿Por qué lo dices?"
"Porque yo los seguí esa tarde, y vi todo lo que hicieron. Y vi el accidente: fuiste tú quien se acercó demasiado a la orilla del techo; Albina tuvo que salvarte a ti de caer hacia la dura calle, evitando el espectáculo de verte aplastado sobre el cemento, con los sesos regados bajo los pies de los peatones; Albina te salvó, pero cuando logró subirte, la empujaste hacia el vacío."
"Fue un accidente, Marvin. ¡Yo no quise hacerlo! ¡Cuando vi, ella ya estaba veinte metros abajo! ¡No pude evitarlo! ¡No le cuentes a nadie!"
"Yo no le contaré a nadie; lo harás tú, Pedro. Porque sé que tu conciencia no te dejará dormir hasta que lo hagas... Porque no le temes a nada, excepto a ti mismo..."

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jueves, 26 de marzo de 2009

El sueño

Después de una semana y algunos días de no subir nada al blog, les traigo esta pequeña historia, la cual escribí para mi clase de Comunicación y Expresión Oral. Así que, disfrútenla igual que las otras, y coméntenla. Al final, hay una sorpresa un tanto desagradable...

El sueño

Estaban, una mañana, un joven y su novia en su carro rojo, viajando hacia las montañas. Como les apasionaba la arqueología, tenían la ilusión de descubrir una pirámide maya. Sus padres les habían aconsejado que no fueran a ese viaje, pues la montaña era conocida por estar controlada por los mareros.

Sin embargo, ellos insistieron en ir, porque querían vivir la experiencia de descubrir un tesoro antiguo.

Mientras salían de la ciudad se encontraron con un anciano parado justo a la mitad de la calle, al cual casi atropellan. El joven, con su habilidad para manejar, logró esquivarlo, aunque por muy poco. Y el anciano ni cuenta se dio de que estuvo a punto de morir. Ambos jóvenes se asustaron; no querían ir a la carcel siendo tan jóvenes, y menos por haber atropellado a un anciano.

"Te aconsejo que, de ahora en adelante, no vayas muy rápido", le dijo ella, con una caricia en el rostro. Él, con mucho gusto, siguió su consejo. Esa caricia tenía algo distinto, algo que nunca había sentido...

De pronto, sonó el celular del joven. Era su madre quien lo llamaba. Sin embargo, sólo oía la voz de ella entrecortada, pues no había buena recepción. Eso le extrañó, pues su celular funcionaba bien donde fuera.

Viajaron horas y horas, subiendo y bajando montañas, hasta que llegaron a la ciudad de Quetzaltenango. Allí se detuvieron a comer y beber, en un restaurante de pollo bastante conocido, y bastante nacional.
Luego de su corto descanso continuaron viajando, saliendo de esta ciudad. Continuaron su recorrido entre montañas y árboles, cuando se vieron sorprendidos por una discoteca en medio de la nada, construida lejos de la civilización. Cuando se veía sin cuidado, parecía vacía; pero cuando se miraba con atención, se podía notar que estaba llena hasta el tope.

Repentinamente el carro hizo un fuerte ruido, bastante agudo, y se detuvo. Ambos se asustaron, ya que estaban perdidos. Y sabían que estaban en un área peligrosa. Se oyeron ruidos entre los árboles y arbustos, y varias personas comenzaron a salir de sus escondites. Eran mareros, y estaban decididos a asaltarlos y, si era posible, matarlos. Una de las mareras tomó a la novia del brazo y re dio un fuerte golpe en la cabeza, cayendo su novia desmayada. Luego, uno de los hombres le disparó al novio.

El joven despertó, sobresaltado. Se sentía desubicado, mareado. Había sido un sueño.
Estaba rodeado de paredes blancas, y cinco caras desconocidas lo veían fijamente. "Está despertando", dijo uno de ellos. Era el doctor. Sus padres, también presentes, sonrieron ampliamente. Las dos enfermeras lo atendieron inmediatamente. Cuando el joven preguntó qué había sucedido, le dijeron la triste noticia: Cuando intentó esquivar al anciano, perdió el control del carro; entonces habían sufrido un accidente, en el cual había muerto una persona, y no habían sido ni él, ni el anciano...

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jueves, 12 de marzo de 2009

El Chupacabras, parte 2

A petición del público, aquí les dejo un final para "El Chupacabras", la historia que subí la semana pasada. Es un final que, en lo personal, me gustó. No sé qué tan aceptado sea por el público, así que critíquenlo hasta que ya no quede nada de él. Entonces, aquí les dejo el final:

El chupacabras, parte 2

El día de Jacobo era de lo menos normal posible. Se había encontrado con un chupacabras en la sala de su casa. Acababa de regresar de pasear a Pino, su fiel perro golden retriver, cuando se encontraron con la criatura, la cual los atacó. Pino defendió a su amo, quedando con una herida en la pata. Lo llevó al curandero que vivía cerca, aconsejado por el molesto vecino de Jacobo, Don Rodrigo. Antes de acostarse, Jacobo meditaba junto a la ventana, cuando vio a Don Rodrigo sacar varias jaulas con animales moviéndose salvajemente en ellas. Eso no fue lo que lo sorprendió, sino el hecho de que los animales eran en realidad criaturas mágicas: hadas, chupacabras, e incluso algo que parecía un duende…

Jacobo se puso de pie, sorprendido de que estaba viendo las criaturas que acudían a él cuando era niño, y que persistían aún cuando era adolescente. Jacobo nunca entendió el porqué, pero esas criaturas lo buscaban. Había aprendido a no tenerles miedo, pues las veía todo el tiempo. Pero luego de las sesiones de terapia psicológica, se había olvidado de todas aquellas criaturas. Hasta esa tarde, cuando se encontró con el chupacabras.

Jacobo salió de la casa, procurando que Don Rodrigo no lo viera salir. Se acercó más a la casa de su vecino, donde pudo observar mejor a las criaturas encerradas en las jaulas. Estaban lastimadas, sucias, flacas y nerviosas. Todos hacían el mayor esfuerzo por salir de las jaulas, pues no habían visto el cielo desde hacía meses o años. Habían estado viviendo por meses en el sótano de Don Rodrigo, pues desde hacía meses que los ruidos provenientes de esa casa no dejaban dormir a Jacobo.

Jacobo esperó a que Don Rodrigo no lo viera, para acercarse más aún a las jaulas. Y el momento fue cuando Don Rodrigo regresó a la casa por algo olvidado. Pero, cuando Jacobo intentó abrir las jaulas, le fue imposible hacerlo. Las jaulas, como era de imaginar, tenían candados. En realidad, un solo candado, para cada una de las numerosas puertas de distinto tamaño. Además, las criaturas, nerviosas, golpeaban y mordían los dedos y manos de Jacobo. Aún así, él no tenía intención de dejarlos ahí abandonados.

“¡¿Jacobo?!”, escuchó de pronto a su vecino, asombrado. En su afán por liberar a las criaturas, olvidó que Don Rodrigo volvería pronto. Pero se sorprendió aún más cuando vio que había regresado con una jaula aún mayor, la cual contenía un animal mucho más grande que los otros. A pesar de la débil luz que la luna proyectaba esa noche, Jacobo pudo distinguir a un animal cuadrúpedo, con cuello largo y un cuerno en la cabeza: un unicornio.

“¿Qué está haciendo?”, preguntó Jacobo. “¿Qué hace con todas estas criaturas?”.

“Eso no te importa”, respondió Don Rodrigo, fríamente. “Regresa a tu casa antes de que los vecinos se pregunten porqué desapareciste misteriosamente… Los chupacabras no comen desde hace tres días”.

“¿De verdad piensa que le tengo miedo?”, dijo Jacobo, a pesar de luchaba por mantenerse en pie. “No crea que voy a dejar que se lleve a todos estas criaturas”.

“Estas criaturas son peligrosas”, le dijo Don Rodrigo, tratando de ser paciente, poniendo la mano en su pistola. “Mi familia los ha perseguido por generaciones, evitando que se vuelvan una peste para las ciudades modernas”.

“Algunos de estos son inofensivos”, reclamó Jacobo.

“Lo más inofensivo que hay en esas jaulas son las serpientes. Incluso las hadas son carnívoras”.

“Las hadas sólo comen carne de peces”.

“¿Cómo sabes eso?”, preguntó Don Rodrigo.

“¿Recuerda las numerosas veces que me llamaron loco? No estaba loco. Yo sí podía ver a estas criaturas mágicas. Y usted lo sabía, ¿no? Además, usted fue uno de los que ayudó a mi madre a pagar las sesiones”.

“Pero creí que nunca habías tenido contacto con ellos, como para saber que las hadas comen sólo peces”, dijo Don Rodrigo.

“Tiene razón, nunca tuve contacto con ellos”, respondió Jacobo. “Eso es algo que sé por instinto. Es como si tuviera algún tipo de poder especial”.

“¡Estás loco! ¡Nadie puede saber eso sin haber tenido contacto con estas criaturas! Tienes que tenerlas encerradas para saber qué es lo que comen…”

“Y usted, ¿por qué las mantenía encerradas en su sótano? ¿Por qué sólo gritaban en la noche y no en la mañana?”

“Eso no lo sé. Al principio las mantuve encerradas porque quise convertirlas en trofeos. Pero luego me di cuenta de ese comportamiento, y las mantuve encerradas para estudiarlas”.

“¿Y encontró, por lo menos, la respuesta?”, preguntó Jacobo, con curiosidad.

“No, nunca. Estas criaturas son muy complejas como para comprenderlas.

Y en ese instante viarias criaturas salieron corriendo de sus jaulas. Jacobo tuvo que lanzarse contra el suelo para evitarlas.

“¡NO!”, gritó Don Rodrigo, mientras sus criaturas escapaban. “¿Cómo?”.

Pero Jacobo no respondió. Mientras hacía que Don Rodrigo respondiera sus preguntas había logrado quitar el único candado que cerraba todas las puertas de las jaulas, logrando que todos salieran. Las hadas volaron hacia el cielo, alejándose velozmente. Los dos chupacabras corrieron hacia el bosque detrás de la casa de Don Rodrigo, con sus pesadas patas haciendo ruido. El gnomo y el duende corrieron con sus cortos pasos a esconderse detrás de un auto. Al resto Jacobo ya no los vio. Ahora estaba concentrado en liberar al unicornio que Don Rodrigo aún mantenía en cautiverio.

Sin embargo, en un segundo, Jacobo escuchó una explosión, y luego un dolor asesino. Un grito suyo partió la noche en dos. Luego, la sangre comenzó a brotar de su brazo como si hubiera querido salir desde hacía mucho. De pronto se hallaba tendido en el suelo, retorciéndose como una lombriz, agarrando su brazo con fuerzo.

“¿Cómo te atreves?”, dijo Don Rodrigo, sabiendo que sólo Jacobo podía haber liberado a las criaturas. “¿Acaso no te das cuenta del riesgo que representan para la sociedad?”

Jacobo apenas podía oírlo. El dolor era tal que, tirado en el suelo, sentía que iba a desmayarse, tratando de no gritar. Y, mientras se retorcía, quedó viendo hacia el cielo, y se quedó así por un momento. En un instante, pudo ver la luna, las estrellas, un par de pequeñas nubes, y a las hadas, que volaban libres al fin, un poco torpemente debido al encierro que habían sufrido. Entonces recordó a Pino, y cómo éste se había sacrificado para salvarle la vida a su dueño. Al igual que el perro, Jacobo era capaz de dar su vida por estas criaturas, pues ya no tenía familia que lo extrañara, y su única familia restante era Pino, quien también iba a morir pronto. Así que iban a verse pronto nuevamente, e iba a ver a su madre, e incluso a su padre y sus hermanos… Iban a estar reunidos nuevamente…

Jacobo se levantó del suelo. Se dirigió tan rápido como pudo hacia Don Rodrigo, que seguía apuntándole con la pistola. Pero eso a Jacobo no le importó. Pronto iba a acabar con lo que Don Rodrigo le hacía a las criaturas. No sabía como, pero iba a hacerlo.

Sintiendo lástima por él, Don Rodrigo le preguntó, “¿Por qué insistes, Jacobo? ¿Qué han hecho ellas por ti?”

“Nada”, dijo él. “Pero eso no significa que yo no pueda hacer nada por ellos”.

Pero, antes de que Jacobo se pudiera mover, sucedió algo imprevisto. Una criatura, mucho más grande que cualquiera que hubiera estado en las jaulas, pasó frente a Jacobo, tomando de un golpe a Don Rodrigo entre sus garras. Jacobo nunca volvió a saber de él.

Como ya no había nada que hacer ahí, salió corriendo hacia la casa del curandero. Golpeó repetidas veces a la puerta. Estaba desesperado. No parecía que dejara de sangrar. Sentía que iba a morir…

“¡Jacobo!”, dijo asustado Gerónimo, el curandero. “¿Qué fue lo que te sucedió?”

Gerónimo hizo a Jacobo entrar a la casa, revisó su herida, le dio un té, y luego le aplicó un ungüento en la herida. Pronto, el dolor dejó de estar presente.

“¿Cómo está Pino?”, preguntó Jacobo, preocupado.

“Va a sobrevivir”, dijo Gerónimo; “tienen suerte de que el veneno no entrara en su torrente sanguíneo. Dime: ¿cómo te sucedió eso?

Jacobo le contó todo lo ocurrido, desde que dejó a Pino y regresó a su casa, hasta que la criatura secuestró a Don Rodrigo.

“Nuevamente, Don Rodrigo causó una tragedia, en la que él fue el único que tuvo un final verdaderamente trágico”, dijo Gerónimo.

“¿O sea que usted ya sabía que Don Rodrigo guardaba esas criaturas en su casa?

“Sí, lo sabía. He sabido de, por lo menos, tres muertes causadas por las criaturas que se escapan de su casa”. Tomó un breve respiro, meditando lo que había sucedido, y luego añadió: “Al menos, ahora Don Rodrigo ya no causará más problemas. Fue secuestrado por las mismas criaturas que él secuestraba”.

Al día siguiente, luego de estar bajo la observación de Gerónimo toda la noche, Jacobo regresó a su casa, con Pino a su lado. Era tranquilizante el hecho de que aún tenía a su único familiar a su lado. Y lo tranquilizaba más saber que ya no estarían encerradas esas criaturas en las jaulas en el sótano de Don Rodrigo.

Mientras se acercaban a su casa, Jacobo vio que la gente se había reunido alrededor de la casa del difunto Don Rodrigo, conmocionados. Incluso había varios reporteros, señalando las jaulas vacías frente a la casa. Pero, más sorprendidos aún, señalando otra jaula, mucho más grande, con un cuadrúpedo de un cuerno dentro de ella. Jacobo había olvidado sacarlo de la jaula la noche anterior. Ahora le había probado al mundo que no estaba loco. Todas esas sesiones de terapia habían sido en vano. Las criaturas mágicas que él veía sí eran reales.


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sábado, 7 de marzo de 2009

El chupacabras

¡Hola, nuevamente! Aquí les dejo una historia que escribí hace poco. La escribí en un momento en el cual casi no tenía tiempo para hacer nada, más que estudiar... Pero de pronto tuve media hora libre, y éste fue el resultado: una historia en la que "vuelvo a creer" en la magia de escribir. ¡Así que disfrútenla!

El chupacabras

Si la vida fuera sencilla, Jacobo no hubiera estado en esa situación. Es cierto, no todos los días uno se encuentra con un chupacabras en la sala de su casa; pero era una oportunidad única para volver a creer.

La criatura, de un metro de alto estando erguida, sobre sus dos deformes pies, era la cosa más repugnante que jamás había visto. Tenía llagas en toda la piel de las cuales salían chorros de baba y pus. La espalda, codos y rodillas estaban adornados con una serie desordenada de espinas óseas, algunas rotas, todas amarillentas. Mostraba los dientes llenos de sangre, amenazando a Jacobo y a Pino, su fiel acompañante canino, un perro de raza mixta.

Jacobo estaba parado frente al chupacabras, tratando de alejarlo con una escoba vieja. Pino sangraba de una pata, manchando de sangre la alfombra. El Chupacabras lo había mordido, al defender a su dueño. Jacobo estaba enojado, asustado y preocupado. Le costaba pensar. Casi todo lo hacía de manera instintiva. Se sentía como en un sueño.

Pero tuvo que volver a la realidad cuando el chupacabras volvió a lanzarse sobre ellos. Jacobo levanto la escoba, la cual se partió en dos cuando golpeó a la bestia en el pecho. Un fuerte sonido, como una explsión. Las manos de Jacobo palpitaban por el golpe. Seguía sosteniendo el astillado palo de la escoba entre las manos.

El chupacabras, que había caído al otro lado de la habitación, debajo de una ventana, no se movía. "¿Estará muerto?", pensó Jacobo, sabiendo que no debía celebrar tan pronto. Pero el animal ya no se movió. Un río de sangre verde iba manchando toda la alfombra alrededor del monstruo. Pino se acercó arrastrando la pata malherida. La curiosidad era mayor que el dolor.

"Está muerto", confirmó Jacobo, intentando sonreír; aunque no pudo. Aún no creía que lo había matado sólo con un escobazo. Sintió asco al tocar a la babosa alimaña que tenía frente a él. Sus manos se mancharon de su sangre, una sustancia verde y pegajosa, que parecía salida de una historia de ciencia ficción. Pino se quejó del dolor. Jacobo dejó su admiración por un lado, y se decidió a llevar a Pino al veterinario. Pero en ese momento alguien tocó la puerta.

Jacobo abrió. Su molesto vecino, Don Rodrigo, estaba parado frente a él, con su bigote blanco y su sonrisa siempre fingida. Jacobo no apreciaba en ningún sentido a Don Rodrigo, quien todas las noches trabajaba en el sótano de su casa, haciendo un ruido descomunal.

"¿Estás bien, Jacobo?", preguntó él. Jacobo no estaba de humor para recibir a vecinos que fingían preocupación. El frío de la noche entró con fuerza en la casa. "¿Está bien tu perro?"

"Todo está bien", dijo Jacobo. En ese momento notó que Don Rodrigo llevaba una pistola en la mano. "Si me disculpa, tengo que llevar a Pino al veterinario..."

"Tu perro está condenado a muerte", dijo Don Rodrigo. "Una mordida de chupacabras te mata en setenta y dos horas, o menos".

Jacobo vio hacia su perro, y sintió que la tierra se abría bajo él. Era el único miembro de su familia que quedaba.

"¿Cómo sabe del chupacabras?"

"Los ví por la ventana", respondió Don Rodrigo, "y le disparé justo cuando lo golpeaste con esa escoba..."

"¿Le disparó?", preguntó Jacobo, sorprendido. "No lo noté..."

Fue entonces cuando Jacobo comprendió el sonido de exposión que escuchó. Vio hacia la ventana y observó que había un agujero en ella. No lo había visto antes.

"Gracias", dijo Jacobo, sin saber qué más decir. "Ahora, si me disculpa, tengo que llevar a Pino al veterinario".

"Tu perro va a morir, Jacobo. No lo lleves al veterinario."

"¿Por qué? ¡Tengo que hacer algo por él!"

"Entonces llévalo con Gerónimo."

"¿El brujo?"

"No es brujo, es curandero. Pero no le digas a nadie qué sucedió, excepto a él. Y no me menciones a mí."

Sin comprender eso que le había dicho, Jacobo llevó a Pino con el curandero. Le relató lo que había sucedido, pero no dijo nada acerca de Don Rodrigo. Gerónimo, el curandero, le dijo a Jacobo que dejara esa noche a Pino con él, y que regresara al día siguiente. Sin gustarle mucho la idea, Jacobo regresó solo a su casa. Limpió su sala y quemó el cuerpo sin vida del chupacabras, tal y como el curandero le había dicho.

Luego de lavar la alfombra, Jacobo se sentó junto a la ventana con el agujero. La casa de Don Rodrigo se veía desde ahí. Jacobo estaba agradecido que Don Rodrigo los había salvado.

Eran casi las once de la noche cuando Jacobo decidió ir a dormir. Había estado sentado casi una hora junto a esa ventana. Pero antes de haberse levantado, la puerta de la casa de Don Rodrigo se abrió, dibujando una extraña silueta negra con fondo amarillo brillante. Era una persona, que Jacobo supuso era Don Rodrigo, cargando varias jaulas pequeñas. Dentro de las jaulas había pequeños animales que se movían intranquilamente, haciendo un ruido descomunal. Jacobo lo identificó como el ruido que venía todas las noches del sótano de Don Rodrigo. Entonces se fijó más en las criaturas.

Por años, Jacobo había dejado de creer en cualquier cosa que se relacionara con la magia, y luego le hicieron creer que tenía problemas psicológicos. Pero esa noche volvió a creer en las criaturas que estaba viendo en las jaulas: hadas, chupacabras, duendes... Todos haciendo ruido. Y había una sola jaula vacía...

Ahora Jacobo lo comprendía. El chupacabras se había escapado de la casa de Don Rodrigo, y él tenía criaturas mágicas encerradas en su casa. Era hora de Jacobo tomar una decisión: iba a probarle al mundo que no estaba loco.

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